Las diosas y las nubes (II)

Spoilers

No sé si es por el auge de las series, y por el retorno del folletín estirado a mayor gloria de las corporaciones que manejan las bambalinas del arte (desde Homero los ricos hacen del poeta mercancía, y es el deber del poeta torcer los designios de los ricos); no sé, en fin, si todo ese ruído ha llevado al mundo a este temor atávico de ahora hacia el spoiler, junto al odio que suscita quien lo pronuncia en público, visto casi como una especie de vándalo o terrorista. O sacrílego hereje, más bien, pues aquí estamos pisando acaso el terreno de la blasfemia. Pero yo creo que el spoiler resulta tan estéril como inofensivo. ¿Qué es la historia de la literatura, en manuales, libros de texto, en las aulas, sino un tozudo culto al spoiler? Recuerdo a un profesor de los tiempos de la carrera de filología que nos trazó en la pizarra, con abcisas y coordenadas exactas, todo un concienzudo gráfico sobre la trama y las subtramas del Cantar de Mio Cid. Fue una experiencia aburrida como pocas. Y triste como una fábrica de morcillas. Ese profesor, sin embargo, nada nos había arruinado, más allá de nuestro preciado tiempo. Porque luego, claro, hay que saber emocionarse con la música de esos versos del Cid, al margen de todos los ovillos, las tramas y subtramas y redecillas que uno, por mero hastío, quiera buscar. Me temo que si una obra de arte requiriese su libro de instrucciones y su mapa entonces no valdría la pena adentrarse en ella. Ni vivirla. Porque el arte es eso, simplemente: algo que debe vivirse, un pathos. Algo que se experimenta, como se experimenta el miedo, la alegría, la incertidumbre, el hambre y hasta las cosquillas. Y nadie lo experimenta igual. La obra de arte se vive o se sufre como el amor, y resiste a todos los spoiler posibles, y a aquellos que van mil gracias (y desgracias) refiriendo. Cuando yo era niño, pequeño, y se estrenó El imperio contraataca (la mejor de todas: el cuento de Star Wars podría perfectamente haber concluido ahí), ya todos sabíamos, antes de ir al cine, que a Luke le cortaban una mano y que Vader era su padre. Nos lo había contado el que se sentaba en el pupitre de al lado. Pero es esa escena gloriosa, la presencia del malvado con capa en lo alto del abismo, llenando toda la pantalla, con la voz sentenciosa y grave de Constantino Romero (más tarde la escucharíamos con la original de James Earl Jones, igual de profunda y paladeable); es esa escena la que nos emocionaba, nos deslumbraba. ¡Como para ponerse a pensar en lazos genealógicos y en retorcidos vínculos familiares!

Etiquetas: lecturas libros poesía varia

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Publicado: 03/08/21

Última actualización: 25/08/23


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