Intermitencia
Recuerdo haber escuchado alguna vez al gran Martínez Mesanza definir a la poesía (su relación con la poesía, mejor dicho) como una «pasión intermitente». Y no puedo estar más de acuerdo. En todo caso, ¿hay alguna pasión que no sea intermitente o pasajera? La única pasión sostenida y terca es el big bang. El resto de pasiones, como los terremotos, las tormentas y las furias necesitan su vértice de éxtasis pero también su momento de amainar y su atardecida. Y es que las pasiones no son sino embajadores en una tierra que les es extraña, e incluso tremendamente hostil: el tiempo. Hay momentos del día, acaso días enteros, en que estoy dispuesto a morir por la causa de la poesía. Otros tantos, ella me importa el más insignificante de los cominos, pues queda relegada o directamente reemplazada por otras pasiones, a las cuales me entrego con el mismo fervor. Creo que esto no sólo es bueno para mi salud mental, habida cuenta de que me tengo por un especimen movido por arrebatos, sino también para la propia poesía. A la postre no es más que la naturaleza y sus ritmos, que comprendía tan bien Arquíloco de Paros, maestro de contrastes y latidos. Con ello quiero decir que me cuesta mucho creerme y tomar en serio a los poetas de 24 horas/7 días a la semana, y a los portadores de lira a tiempo completo. La poesía sólo debería ser importante cuando sucede, y cada vez que regresa (sin avisar de su llegada, por supuesto) es una fiesta. El resto del tiempo, aunque la mencionemos in absentia, no tiene sentido.
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Publicado: 21/06/20
Última actualización: 25/08/23
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