Las Humanidades y sus agonías

Las quejas, duelos y quebrantos sobre la eterna crisis de las Humanidades académicas, como las olas, vienen y van cíclicamente. Pero ante este terco runrún plañidero no está de más levantarse alguna vez, dar un golpe en la mesa y pararse a pensar qué Humanidades queremos que se salven o por cuáles estamos casi llevando ya un prematuro luto. ¿Acaso son esas Humanidades encerradas en su rancio búnker decimonónico, impermeables al mundo y a sus tráfagos? ¿Las de la endogamia y las componendas departamentales? ¿Las que desprecian la traducción literaria o el ensayo como verdadera crítica de la literatura, todo en aras de un cientificismo idiota, vacío y cuantificable? ¿Las de los charlatanes de «lo digital» o de «las nuevas tecnologías», que confunden la escritura con el lápiz, el culo con las témporas y aguardan proféticos a que algún día se invente la máquina de medir metáforas? ¿O acaso las de los presuntos investigadores que no investigan nada, los que leen la Odisea con una hoja de cálculo y cuyo trabajo ni interesa a nadie ni conduce a sitio alguno, salvo a generar más «investigación», más índice de impacto y más vacuo alpiste para las bibliografías? Si ésas son las Humanidades que están en crisis, las que agonizan y no acaban nunca de estirar la pata, entonces que algún alma caritativa les pegue el tiro de gracia ya de una vez, por favor. Y que pase de largo la humanidad.