Homero, Odisea (La Oficina de Arte y Ediciones)
Los dioses lo decretaron, y ellos tejieron la muerte
de hombres para que así se volvieran un cantar.
— Canto VIII, 579–580
Para que surgiera un poema único también los dioses decretaron que Odiseo no pudiera regresar a Ítaca como vencedor de Troya: cuando se abandona la antigua casa de los antepasados para hacer la guerra más allá de sus fronteras, el regreso resulta imposible y el viaje no tiene fin. Y si, pese a todo, con ayuda divina —porque de otra manera no sería posible—, el héroe vuelve, ya no será reconocido como aquel que partió, sino como asesino que viene a descomponer el nuevo orden. Así, el anhelado regreso de Odiseo solo entraña una nueva derrota: el inexorable destierro de su propia casa, que el héroe ya nunca podrá volver a habitar en la antigua paz. Si los dioses todavía guiaron su ingenio para afrontar los avatares del viaje —Polifemo, las sirenas, el descenso al Hades…—, lo que no pueden es borrar de su memoria la violencia y el crimen, que vuelve a reproducirse a la llegada. El final de la épica no deja de ser así la tragedia, la imposibilidad de reconciliación: los fragmentos del héroe no se pueden recomponer y el poema apenas concluye con un pacto provisional y queda en suspenso.
Si las sucesivas generaciones de lectores han seguido volviendo una y otra vez a la Odisea es porque esa historia de una errancia sin final guiada por el imposible anhelo de una casa segura en la que fondear, es la de todos nosotros. Si los antiguos todavía podían atribuir a los dioses ese trágico destino, a los modernos ya solo les cabe culparse y destruirse a sí mismos. Entonces, ¿cómo leer hoy, en un mundo sin épica, aquel poema inicial, cuyo ritmo y repeticiones obedecían a la divinidad? Solo resulta posible después de reconocer que aquel mundo ya no nos pertenece y que toda imitación arqueológica es inútil. Esta edición lo hace recurriendo al léxico popular y la voz poética de nuestra propia tradición castellana para devolvernos una bella versión, que rescata para el lector de hoy lo que la obra homérica tenía de Poema.
Pasajes
«Larga es la noche, iterminable» […]
El último viaje de Odiseo (se lo anticipa Tiresias en el Hades) será tierra adentro. Olvidar el mar, dejar monstruos y prodigios, ir adonde la gente confunde los remos con los avientos de las mieses, como metáfora de envejecer
Tensar un arco, tocar un cuerpo. Con la misma fe, para descubrir que uno ha vuelto a su casa, que no es un sueño extraviado.
En la Odisea, las naves de los feacios no navegan con viento ni timonel, sino que las mueve el pensamiento, el deseo y acaso la nostalgia. Así se lo dice Alcínoo a Odiseo
Uno de los pasajes más conmovedores de la Odisea, el diálogo de Odiseo con el alma de su madre, en la mansión de Hades.
Si la Odisea es una caja de sueños que contienen otros sueños, los versos en que Odiseo le dice su nombre al cíclope resuenan desde un lejano centro.
La Odisea no sólo es el regreso del hijo de Laertes. Penélope tiene también el suyo hacia sí misma: no contra el mar azaroso o el olvido, sino contra los días y la desesperanza, y el peligro de perder el timón de su vida.
En la Odisea, el poema de la memoria, asistimos muchas veces a las asechanzas que trama el plácido olvido: por ej. la flor de los lotófagos, el brebaje de Circe o la pócima que Helena vierte a los invitados en el palacio de Menelao.
Miscelánea
Aurora Luque recitando unos fragmentos de la Odisea (La Oficina 2024)
En el programa de RNE ’Locos por los clásicos’ (07/03/2025), la poeta y traductora Aurora Luque recitó maravillosamente unos pasajes de mi traducción de la Odisea, poniendo voz a la ninfa Calipso. Aquí, el audio de esas lecturas.
Una carta de Carlos García Gual
Encontrarse en el buzón una carta de Carlos García Gual, con generosas palabras hacia mi traducción de la Odisea (La Oficina 2024): «[…] que ya me pongo a leer con admiración y simpatía, como hace muchos años leí sus versiones de Safo […] incluso la presentación es excelente».